“Acuérdense de los primeros tiempos, cuando recién aprendían acerca de Cristo. Recuerden cómo permanecieron fieles, aunque tuvieron que soportar terrible sufrimiento” Hebreos 10:32 NTV
Este llamado no es una queja nostálgica, sino una invitación a entender la radicalidad del evangelio: ser cristiano no es vivir para evitar la incomodidad, sino vivir para que la gloria de Cristo se haga visible incluso cuando el mundo nos mira con aborrecimiento. El autor de la Epístola exhorta a los hebreos a recordar esos días de primer amor, cuando la fe se afianzaba en medio de pruebas y la esperanza en Cristo se volvía tangible en medio de la perversidad del ambiente.
Al igual que los hebreos, hemos cambiado la métrica del cristianismo, creyendo que la vida se mejora con beneficios visibles. Se nos ha enseñado que aquello que nos define es el bienestar, la prosperidad y la aceptación social, y que la ausencia de sufrimiento es la señal de la fidelidad. Pero el Nuevo Testamento describe a la iglesia como un cuerpo que brilla en medio de las tinieblas, no porque todo sea cómodo, sino porque la luz del evangelio se exhibe con mayor claridad cuando el mundo nos aborrece. Convertirse en cristiano significa, en buena medida, encender la lámpara y dejar que su resplandor ilumine un entorno torcido; no para atraer aplausos, sino para exponer las sombras del pecado y para convocar a la gloria de Dios. Cuando Pablo nos dice que debemos “resplandecer como luminares en el mundo” (Filipenses 2:15), está describiendo una consecuencia de la gracia: la vida cristiana revela y no oculta, la gloria de Dios.
En este marco, se hace inevitable recordar que, en el propio ministerio de Jesús, el camino de la luz no siempre fue recibido con gratitud. Jesús advierte que la luz que se derrama en medio de la oscuridad puede provocar rechazo y persecución: “Bienaventurados sois cuando los hombres os reprochen y os persigan y, por mi causa, digan toda clase de mal contra vosotros” (Mt 5:11-12). algunos serán iluminados por el resplandor del evangelio, mientras otros se escandalizarán por su verdad; es por ello que la valentía de la fe exige cierto desapego de las posesiones terrenales, porque el verdadero tesoro se halla en lo eterno. Si como iglesia no queremos continuar encaminados hacia la apatía espiritual, necesitamos recordar que los creyentes somos extranjeros y exiliados y que nuestro verdadero hogar esta en los cielos. Debemos mirar más allá de lo visible como lo hicieron nuestros hermanos en el primer siglo, confiando en dos verdades profundas acerca de la herencia que se nos ha prometido: que tenemos una mejor posesión (Hebreos 10:34) y que esa posesión es eterna. Que al igual que ellos, nuestro gozo no dependa de la estabilidad que alcanzamos en este mundo, sino de la certeza de que hemos sido trasladados al reino del Hijo de Dios (Colosenses 1:13) y que nuestras vidas están escondidas con Cristo en Dios (Colosenses 3:3) es esto lo único que puede hacer que enfrentemos la pérdida con serenidad y la amenaza con esperanza.
Si deseamos ser valientes y ser una manifestación del valor del evangelio, debemos colocar nuestra mirada en las cosas de arriba, no a las que se acumulan en la tierra. El llamado de Dios para nosotros es que comprendamos que nuestra posesión es superior y es duradera. Que, como los primeros cristianos, estemos dispuestos a perder cosas visibles para adquirir esa herencia que es incorruptible, incontaminada e inmarcesible. Porque solo así la luz del evangelio podrá brillar con la claridad necesaria para que otros vean y glorifiquen a nuestro Padre celestial.
Oración: Padre soberano, gracias Te damos por la gracia que nos justifica y nos llama a vivir con valentía. Te pedimos que envíes Tu Espíritu para que nuestra mente se renueve y nuestros ojos se orienten hacia las cosas que están arriba. Ayúdanos a entender que la verdadera prosperidad no se halla en este mundo, sino en la herencia eterna que nos has prometido. Fortalece nuestro ánimo para que, a pesar de la oposición, nuestro testimonio sea una luz que señale a Cristo y que nuestra vida refleje la esperanza de Tu reino. Que aprendamos a valorar la comunión de los santos por encima de la amistad con el mundo, para que, en medio de pruebas y pérdidas, podamos regocijarnos en la gracia que nos sostiene. Y que, al mirar hacia el cielo, podamos decir que nuestra verdadera casa está contigo, hoy y por siempre. Amén
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