Haciendo visible al Dios invisible

Publicado el 15 de octubre de 2025, 5:03

“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” Juan 13:35

El llamado central de la vida cristiana no es simplemente sostener una ética de amabilidad, sino que el amor mutuo debe ser la señal visible de la gracia que ha obrado en nosotros y el camino más eficaz para acercar a otros a Cristo. Si nos amamos unos a otros, si extendemos ese amor incluso a nuestros enemigos y a quienes nos hacen la vida difícil, entonces la presencia de Cristo en nosotros se hará tangible. Pablo lo formula con claridad: “Llevamos siempre en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Corintios 4:10). La abnegación amorosa de Cristo debe verse también en la vida de quienes lo siguen, de modo que el mundo pueda contemplar ese amor sacrificial manifestado en nuestras acciones y decisiones. En palabras de Cristo: “Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras [vuestro amor] y glorifiquen al Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).

La clave para que tal amor sea auténtico no es primero hacer más actos de bondad, sino contemplar a Cristo para ser como Él. La Escritura nos revela que “Nosotros todos, a cara descubierta, mirando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18). Cada creyente, renovado por la fe, avanza hacia una conformidad progresiva a la imagen de Cristo. No se trata de un cambio brusco, sino de un crecimiento sostenido: “estamos siendo transformados en la misma imagen, de gloria en gloria” (paráfrasis del pasaje). Por eso la verdadera transformación no depende de esfuerzos externos, sino de fijar la mirada en Jesús una y otra vez en cada circunstancia que nos acontezca. Cuando lo contemplamos a Él, el Espíritu Santo produce en nosotros el deseo de obedecer y de vivir conforme a la voluntad de Dios. Por ello podemos decir que, la libertad verdadera surge cuando en nosotros brota el deseo de agradar a Dios, y ese deseo es fruto de mirar continuamente a Cristo.

Esta mirada enfocada a Jesús explica cómo brota el amor que mostramos entre hermanos, hacia el prójimo y aun hacia los enemigos. Amar como Cristo es imposible por nuestra fuerza natural; solo es posible a medida que dejamos de mirarnos a nosotros mismos y dirigimos nuestra mirada hacia Él. Por eso no es suficiente intentar “mostrar” amor externamente sin renovar el interior. Si la mayor parte de nuestro tiempo lo dedicamos a contemplar distracciones que apartan la vista de Cristo, la consecuencia será una fragilidad tangible, nuestras circunstancias nos llevaran a preguntarnos ¿dónde está Dios? Dejaremos de verlo siempre que coloquemos nuestra atención en cosas que no tienen relación con Él. Entonces, el camino es claro: volver la mirada a Cristo, permitir que el Espíritu trabaje en nuestro interior y confiar en que ese proceso nos capacitará para amar como Él manda, poco a poco, con libertad y gozo.

Oración: Señor Jesucristo, te damos gracias por la gracia de estar llamados a vivir en amor mutuo como señal de que te pertenecemos. Ayúdanos a fijar nuestros ojos en ti de manera sostenida, para que Tu gloria transforme nuestras vidas y nuestras relaciones. Que el Espíritu Santo despierte en nosotros el deseo de amar al prójimo, incluso a los que se nos oponen, y que esa experiencia de amor refleje la vida que Tú viviste por nosotros. Concédenos la gracia de vivir de modo que nuestro comportamiento revele la realidad de haber sido crucificados contigo y resucitados para una nueva vida. Que nuestro hogar, nuestra familia, nuestra iglesia local y nuestra comunidad vean en nosotros la evidencia de Tu amor y glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos. Amén

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Comentarios

Shirley García
hace 2 meses

Amén 🙏🙏🙏

Yamileth
hace 2 meses

Amén, ayúdanos señor.