“porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas, si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” Romanos 8:13
La advertencia este pasaje nos recuerda que la vida del creyente no se sostiene mirando hacia la carne, sino andando en el Espíritu. En un mundo saturado de mensajes superficiales sobre “vida cristiana abundante”, con manuales de autoayuda, folletos y merchandising espiritual, muchos buscan una receta rápida para ser grandes cristianos: un conjunto de consejos prácticos que garanticen una transformación sin exigir una muerte previa. Pero la experiencia verdadera de la vida cristiana va mucho más allá de cualquier truco externo. John Owen, en su libro titulado La mortificación del pecado, ofrece una conclusión profunda: la vida cristiana victoriosa solo es posible a través de la mortificación de la carne “porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas, si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13). Es paradójico, sí, que la ruta hacia la vida pasa por la muerte de nuestro yo; un morir diario que no niega la realidad de la lucha, sino que la sitúa en la perspectiva de la gracia. En esa línea, la muerte de nuestro yo y la negación de nuestros deseos pecaminosos encuentran su fundamento en la cruz de Cristo, y esa muerte abre la puerta a una vida que nace del Espíritu y que se realiza en obediencia a la voluntad de Dios. Así, la vida abundante no se reduce a placeres o satisfacciones temporales, sino a la plenitud que proviene de entregar cada aspecto de nuestra existencia al Señor, tal como Jesús dijo: yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia (Juan 10:10).
Lo que distingue al cristiano no es la ausencia de pecado, sino un profundo odio al pecado, un arrepentimiento continuo y una determinación a mortificar todo vestigio de pecado que sea expuesto por la luz Palabra en nosotros. Esa mortificación no es un ascetismo inhumano, sino una respuesta vital a la gracia que nos ha sido dada: hemos sido crucificados con Cristo y, en Él, resucitados a una vida nueva. Esto hace que la gloria de Dios se manifieste cuando esta muerte transforma nuestro modo de vivir, de pensar y de relacionarnos; por ello para el cristiano cada circunstancia cotidiana se convierte en una oportunidad para magnificar al Único Dios Verdadero en lugar de una justificación para complacer a la carne.
Amada iglesia que la mortificación y la santidad sean promovidas en nuestro corazón, para gloria de Dios, para que el evangelio de Jesucristo sea exaltado en todo lo que hagamos, para que como dijo Pablo: ya sea que comamos o bebamos, o hagamos cualquier otra cosa lo hagamos todo para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31). Esa debe ser nuestra meta: crecer en santidad no por cumplir una regla externa, sino por intensificar la conciencia de la santidad de Dios y reconocer que nuestra propia santidad es imperfecta. Al vivir así, cada situación cotidiana se convierte en una oportunidad para glorificar a Dios. A través de la mortificación del pecado, somos rescatados de la trampa de una vida superficial y llamados a una existencia marcada por la realidad de que, en Cristo, ya hemos sido crucificados con Él y ya hemos sido hechos nuevas criaturas para una vida abundante que no termina en este mundo.
Oración: Señor Jesús, te damos gracias por la verdad de que la vida abundante no se logra buscando satisfacciones momentáneas, sino rindiendo cada área de nuestra existencia a Tu obra y señorío. Ayúdanos a mortificar la carne en sus deseos y a vivir por el Espíritu, para que la gloria de Dios se vea en nuestra manera de pensar, hablar y actuar. Que cada día podamos recordar que hemos sido crucificados juntamente contigo y que en Ti vivimos una vida nueva; fortalécenos para negarnos a nosotros mismos, para tomar nuestra cruz y seguirte con un gozo que trasciende todas nuestras circunstancias. Dame, Señor, discernimiento para distinguir entre lo que proviene de la carne y lo que procede de Tu Espíritu, y da a mi corazón la convicción de que la verdadera abundancia está en la santidad de vivir para Tu gloria. Amén
Añadir comentario
Comentarios
Amén, ayúdanos señor.