El poder de vivir en Cristo

Publicado el 21 de octubre de 2025, 2:36

“Porque si hemos sido unidos a Él en la semejanza de Su muerte, ciertamente lo seremos también en la semejanza de Su resurrección” Romanos 6:5

A muchos les gusta hablar de los privilegios de los hijos de Dios, pero pocos son los que apartan su mirada de los “privilegios” para detenerse a considerar que estar unidos con Cristo significa que hemos muerto y resucitado con Él y que esto debe mostrarse en nuestras vidas día a día. Aunque es cierto que la justificación es enteramente por la fe, también es cierto que la verdadera fe trae los efectos de la cruz de Cristo a nuestras vidas para crucificar al viejo hombre ¿Cómo podría entonces un verdadero cristiano continuar practicando cómodamente el pecado? Su resurrección fluye por el Espíritu Santo en cada uno de aquellos por los que Él murió, y trae a la vida aquellos que antes estaban muertos en sus delitos y transgresiones ¿Cómo pueden entonces los creyentes dejar de vivir para la gloria de Cristo? Decir que estamos unidos a Cristo y vivir todavía pecando deliberadamente es una absoluta contradicción, porque existe una relación entre nuestra unión con Cristo y nuestro deber de hacer morir la carne. Es una herejía entender la justificación como un permiso para vivir al servicio de lo que complace a nuestra carne, aunque esto lícito; la obra de Cristo en la cruz no solo es el fundamento de nuestra justificación, también establece el fundamento de nuestra santificación. Romanos 6:5 afirma claramente: “Porque si hemos sido unidos a Él en la semejanza de Su muerte, ciertamente lo seremos también en la semejanza de Su resurrección”.

Cuando Cristo vino al mundo, cumplió la ley de Dios perfectamente y dio Su vida en propiciación por los pecados de aquellos que fueron escogidos desde antes de la fundación del mundo para ser parte de Su cuerpo (Efesios 1:4). Como Cabeza de Su iglesia, Él actuó en nombre nuestro y nosotros participamos de esa acción por medio de la unión con Él. En Su obediencia, nosotros obedecemos; en Su muerte, morimos; en Su resurrección, resucitamos. Tal como explica A.W. Pink “Debido a que Él tomó el lugar de Su pueblo, ahora ellos comparten el lugar de Cristo: Su justicia, Su posición ante el Padre y Su vida es de ellos. No hay una sola condición que tengan que cumplir, ni una sola responsabilidad con la que tengan que cargar, a fin de alcanzar la dicha eterna” porque “con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados [puestos aparte]” (Hebreos 10:14) De esta manera, por haber obedecido perfectamente la Ley, Su obediencia nos es imputada, y Dios nos declara justos.

Pero hay otro ángulo de la unión con Cristo. Lo que Cristo hizo por nosotros legalmente mientras estuvo en la tierra se vuelve personal solamente cuando nacemos de nuevo, cuando nos arrepentimos y creemos en Él. En ese momento de conversión ocurren dos cosas muy relevantes. En primer lugar, debido a nuestra unión con Cristo, cuando nacemos de nuevo, el viejo hombre muere. La muerte de Cristo se aplica a nosotros, y quedamos muertos al pecado. Aunque Dios, en Su sabiduría, deja un residuo de pecado en nosotros y debemos luchar para mortificarlo y nuestra unión con Cristo en Su muerte garantiza la victoria en esa lucha. En segundo lugar, al nacer de nuevo somos liberados del poder del pecado. El poder que resucitó a Cristo es el mismo poder que nos regenera y que obra continuamente en nosotros; vivimos, por tanto, por la potencia de Su resurrección. Así, la unión con Cristo certifica que la mortificación de la carne es posible, porque el pecado ya no tiene poder para enseñorearse sobre nosotros. Hemos sido liberados para presentar nuestros cuerpos como instrumentos de justicia, como resucitados de entre los muertos que le pertenecen a Él.

Iglesia, no olvidemos el poder que tenemos en Él y propongámonos unir nuestros cuerpos a la justicia, ya que la vida nueva que recibimos nos empuja a vivir conforme a la voluntad de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable.

Oración: Señor, gracias por la preciosa verdad de que, en Cristo, ya hemos sido crucificados al mundo y resucitados a una vida nueva. Ayúdanos a vivir de modo que cada aspecto de nuestra existencia esté marcado por la mortificación de la carne y la obediencia al Espíritu. Que no busquemos forjar nuestra santidad a partir de esfuerzos humanos, sino que dependamos de la obra de Tu gracia para mortificar la carne y vivir para Ti en el poder de la resurrección. Que nuestra vida declare que somos Tuyos, que no hay dominio del pecado sobre nosotros y que, en lo secreto de nuestro corazón el deseo de Tu gloria sea la razón detrás de todo lo que hagamos, para que la luz de Tu gloria brille a través de nuestras buenas obras y los hombres Te glorifiquen. Amén

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Comentarios

Shirley García
hace un mes

Amén

Yamileth
hace un mes

Amén, Gloria a Dios por cristo