“La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella” Proverbios 10:22
La idea de la bendición divina merece una consideración seria, porque Dios bendice con fidelidad y propósito y no como quien arroja oportunidades para ver quien las atrapa.
En nuestros días, sin embargo, la palabra bendición se usa con tanta ligereza y trivialidad: se habla de sentirse bendecido, de un día bendecido o de una vida bendecida cuando nada amenaza la comodidad, cuando todo fluye a favor, como si la bendición fuese sinónimo de ausencia de pruebas. Pero la realidad bíblica nos recuerda que la bendición de Dios es algo solemne, una consecuencia del pacto y se despliega en la vida de Su pueblo conforme a Su propósito soberano. Dios bendice porque es fiel al pacto que ha hecho con Su pueblo en Cristo; no bendice indiscriminadamente ni sin precio, sino de acuerdo con Su amor fiel hacia los que han sido redimidos. Por lo tanto, no todos reciben la bendición de Dios como tal, y por ello no debemos dar por sentado que si nos está yendo “bien” es porque tenemos la bendición de Dios; solo los que están unidos a Dios por la fe en Cristo son verdaderamente bendecidos, porque Cristo cumplió la condición de la salvación mediante Su vida perfecta y Su muerte expiatoria sustitutiva. Los bienaventurados son, ante todo, los que están unidos a Cristo por la fe. En Cristo somos bienaventurados porque Él llevó nuestra maldición y soportó la ira de Dios en nuestro lugar. Quien no está en Cristo y no confía en Él permanece bajo condenación; las aparentes bendiciones del mundo, si existen, no pueden salvar ni justificar.
Si estamos verdaderamente en Cristo, el fruto de esa unión se mostrará en nuestra vida. El evangelio no es una idea bonita para contemplar pasivamente sino una realidad para vivir en obediencia. Si estamos revestidos del Espíritu, impulsados por la gracia, entonces andaremos conforme al Espíritu y amaremos a nuestro Salvador quien nos llama a la obediencia. Si amamos a Dios, guardaremos Sus mandamientos; y si somos bendecidos en la verdadera medida, evidenciaremos las bienaventuranzas de Jesús: pobreza de espíritu, llanto, mansedumbre, hambre y sed de justicia, misericordia, pureza de corazón, paz y persecución por causa de la justicia (Mateo 5:1-12). Cuando estas características se manifiesten en nosotros, el mundo nos verá como discípulos de Cristo, y es entonces cuando podemos esperar oposición y prueba. Si, por el contrario, el corazón está endurecido por la soberbia, por la crueldad, por la división y por la arrogancia, no estamos viviendo la bendición verdadera y, en realidad, no estamos en camino de salvación. Pero si las bienaventuranzas son reales en nosotros, entonces somos bienaventurados y bendecidos. Podemos confiar en que Jesús es nuestro y nosotros somos de Él, y que nada podrá separarnos de la condición presente o futura de ser bienaventurados mientras permanezcamos en Su presencia y para Su gloria.
Oración: Señor, Te damos gracias por Tu bendición que no es superficial ni pasajera, sino perfecta y fiel en Cristo. Te pedimos que nos ayudes a distinguir entre las bendiciones que provienen de Tu gracia y las que el mundo ofrece sin salvación, danos un deseo genuino por las bendiciones que provienen de Tu gracia. Ayúdanos a vivir vidas que reflejen el fruto de Tu Espíritu, que caminemos conforme al Evangelio y que nuestra obediencia nacida del amor a Ti sea testimonio de la gracia que nos ha sido dada. Fortalece nuestro deseo de vivir para Tu gloria, incluso cuando Tu bendición se vea acompañada de pruebas y oposición. Que la seguridad de estar en Cristo nos sostenga, sabiendo que nada nos separará de Tu amor en Él y para siempre. Amén
Añadir comentario
Comentarios
Amén