Aparentemente bendecidos

Publicado el 23 de octubre de 2025, 3:45

“La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella” Proverbios 10:22

En este texto se nos recuerda que la verdadera prosperidad no se evidencia meramente en lo que puede percibirse con los sentidos y que impresiona el corazón de los hombres.

Teniendo esto en mente, retrocedamos a los principios de la historia de la humanidad, consideremos a Adán y a Eva. Formados directamente por la mano de Dios, dotados de todo lo necesario para fructificar, multiplicarse y llenar la tierra. Ellos eran, desde el inicio un dúo que parecía destinado a la grandeza (Génesis 1:26-28) Sin embargo, la historia nos enseña que no es posible juzgar la calidad de un resultado por su apariencia. Un potencial de éxito no garantiza que dicho éxito venga de Dios o que permanezca conforme a Su propósito. En Génesis 3, la tentación consistió en abrazar una definición distinta de éxito, una que no proviene de Dios sino del maligno. Según la serpiente, el verdadero éxito consistiría en ser igual a Dios y no en estar hechos a Su imagen. Tras la caída, el orden del diseño divino para el trabajo, el logro y la prosperidad quedó completamente trastocado: el hombre sustituyó el ser igual a Dios como centro del éxito, el orgullo desplazó a la humildad, la autopromoción reemplazó al sacrificio y la búsqueda de la cima humana se convirtió en la métrica de lo que es ser bendecido.

Por eso, cada triunfo pequeño desata dentro de nosotros una contienda de gloria. En lugar de gozo santo por haber hecho algo bien hecho para la gloria de Dios, muchas veces usamos ese logro como una oportunidad para buscar un nombre para nosotros mismos. Nuestra atención tiende a dirigirse hacia nosotros mismos, en vez de volverse hacia Dios, porque la inclinación original de nuestra criatura es la idolatría más que la adoración y el servicio fiel a Dios. Con esto no quiero decir que todo éxito mundano sea intrínsecamente pecaminoso, porque en la Escritura encontramos muchos ejemplos de personas fieles que alcanzaron posiciones de alto reconocimiento en el mundo sin que su fidelidad a Dios quedara anulada: José logró una posición de poder en Egipto para salvar a Israel; Ester, en su tiempo, participó de la providencia divina para liberar a su pueblo; y Daniel sirvió a reyes paganos mientras les testificaba de la soberanía de Dios. Estos casos demuestran que Dios puede bendecir y utilizar el éxito mundano para sus propósitos redentores. Pero, al mismo tiempo, el éxito mundano no es intrínsecamente bueno ni suficiente para la salvación. Puede servir al bien, pero también puede corromper. A través de las Escrituras se nos advierte contra la trampa de la riqueza, la fama o los dones como base para nuestra confianza; se nos recuerda que la verdadera bendición no se mide por títulos, posesiones o reconocimiento humano, sino por la gracia que obra en el corazón. Porque la motivación caída tiende a buscar el logro por sí mismo, a amoldar el corazón a la gloria personal y a distorsionar la relación con Dios y con el prójimo.

Ante esto, es necesario preguntarnos: ¿qué es el verdadero éxito? el verdadero éxito es estar unidos a Cristo por la fe y vivir para la gloria de Dios conforme a Su voluntad revelada. Si estamos en Él, el fruto de ese vínculo se manifiesta a través de una vida que busca obedecer, amar y servir conforme a la ley de Dios y al evangelio. El éxito humano puede ser un instrumento en manos de Dios para edificar Su reino, pero nunca debe convertirse en la meta última ni en la fuente de nuestra seguridad. Por tanto, examinemos nuestros corazones para que el deseo de logro no se transforme en orgullo, ni la confianza en nosotros mismos se oponga a la gracia que nos sostiene. Y cuando las bienaventuranzas de Cristo se perfeccionen en nuestra vida, es posible que el mundo nos observe y no se impresione, sino que se ofenda y por ello nos persiga o nos critique, cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque la verdadera bienaventuranza no depende de la aprobación del mundo sino de estar unidos a Cristo, quien bendice conforme a Su pacto y para la gloria de Su nombre.

Oración: Señor Dios, Te damos gracias por Tu bendición que enriquece y no añade tristeza, por Tu pacto firme en Cristo y por la esperanza que nos sostiene. Examina nuestro corazón para revelar cualquier deseo de logro que desplace a Cristo de Su centralidad; obra en nuestros corazones con Tu gracia para que vivamos en obediencia, en humildad y en amor, confiando en que, unidos a Ti, nada puede separarnos de Tu presencia y de Tu gloria. Fortalece nuestra fe para vivir según Tu palabra, para buscar Tu reino y Tu justicia en todas las áreas de nuestra vida, y para que el fruto de la verdadera bendición se vea en nosotros cada día para que Tu nombre sea glorificado. Amén

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Comentarios

Shirley García
hace 25 días

Amén.