Cuando la gracia habla a través del dolor

Publicado el 28 de octubre de 2025, 3:07

La reflexión sobre el dolor nos recuerda una vez más que la vida cristiana no se mide por una serenidad superficial ante las pruebas, sino por la fidelidad ante el diseño soberano de Dios en medio del sufrimiento. Decía C.S. Lewis: “Dios susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores” y esa afirmación encarna la realidad de un mundo que necesita escuchar la voz de un Padre que disciplina con misericordia.

Jesús, al tratar el tema, evita las respuestas fáciles y no ofrece teorías abstractas sobre el porqué del sufrimiento, sino que confronta nuestras suposiciones. Él presenta dos escenarios dolorosos: unos galileos asesinados por la crueldad de un gobernante que profanó su acto de adoración al mezclar la sangre de ellos con sus sacrificios, y el de aquellos que perdieron la vida cuando una torre en construcción se desplomó en Siloé. Ante estas noticias como estas, muchos se atreven a preguntarse si este tipo de desgracias es señal de mayor pecado en esas vidas. Y entonces surge una pregunta que desenmascara esa lógica humana: ¿pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los galileos por haber sufrido así? ¿Eran peores los que murieron cuando cayó la torre que los demás habitantes de Jerusalén? (Lucas 13:2,4) En apariencia, la crudeza de la realidad empuja a buscar una relación automática y congruente entre pecado y dolor. Pero Jesús desmantela esa premisa: ¿acaso sufrieron por algún pecado específico? Él responde con claridad: no; pero nos dice que, si no nos arrepentimos, todos nosotros pereceremos igualmente.

Este pasaje nos urge a no atribuir de modo simplista la calamidad al pecado particular de alguien. El sufrimiento no debe convertirse en un barómetro infalible de la culpa de cada persona. Al mismo tiempo, no debemos ignorar la posibilidad de que, en medio de las circunstancias difíciles, Dios esté buscando despertar en nosotros una temporada de arrepentimiento y una reorientación de nuestras expectativas hacia Él. El sufrimiento, cuando llega a nuestras vidas, puede convertirse en una oportunidad para escuchar advertencias de Dios a: no darle cabida al pecado, volver al arrepentimiento y aferrarnos a Cristo con una fe que confía incluso cuando las circunstancias son oscuras. Porque, en última instancia, el marco bíblico nos enseña que el propósito último del dolor no es humillar al inocente ni condenar sin remedio, sino dirigirnos hacia la gracia que transforma y sostiene a Su pueblo.

En este contexto, la tarea para los creyentes no es buscar explicaciones, sino responder con humildad: acercarnos a Dios en arrepentimiento, escuchar Su Palabra con atención y abrazar a Cristo como única esperanza y fortaleza que no falla. Así, la experiencia del dolor se convierte en un instrumento que nos empuja a buscar la voluntad del Señor con paciencia, a rechazar toda interpretación que degrade la gloria de Dios o que tranquilice nuestra conciencia sin hacer necesario rendirnos a la verdad: ¡si no nos arrepentimos pereceremos igualmente!

Oración: Señor nuestro, Te damos gracias por Tu soberanía que no depende de explicaciones humanas. Ayúdanos a confrontar el dolor sin convertirlo en una excusa para dudar de Tu amor ni para negar nuestra necesidad de arrepentimiento. Que, al enfrentar pruebas, aprendamos a distinguir entre aquello que es una consecuencia de nuestro pecado y aquello que es una invitación a volver a Ti con fe y humildad. Fortalece nuestra esperanza en Cristo, sostén nuestra confianza en Tu palabra y haz que cada experiencia dolorosa nos impulse a caminar en obediencia, buscando Tu gloria sobre todas las cosas. Amén

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Comentarios

Shirley García
hace 20 días

Amén

Yamileth
hace 19 días

Amén