“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer” Juan 15:5
Frente a la idea predominante de que la fe en Cristo es opcional o una muleta para gente débil, este pasaje nos recuerda que la verdadera vida no proviene desde la autonomía, sino desde la unión y dependencia de Cristo. Pero esta verdad contrasta abismalmente con la cultura “cristiana” contemporánea que a menudo enmarca la evangelización desde la oferta de “beneficios” temporales, como si el evangelio fuera una mercancía que promete bienestar. Al comunicarlo así, lo que se transmite es que la razón de acercarse a Jesús es la felicidad que Él puede conferir, como si la felicidad fuera el fin último de la fe.
Contrario a esto la Escritura nos enseña que Cristo es indispensable e irremplazable en la vida de todo ser humano; Él es la piedra angular, y Su señorío es lo que otorga sentido, propósito y dirección a nuestra existencia ¿Por qué razón tenemos vida? La misericordia de Dios nos concede la vida para que vivamos esa vida para traer gloria al Único Dios Verdadero, basado en ese propósito seremos juzgados. Ahora, si Dios es absolutamente santo y justo (y lo es), y exige una vida de obediencia y justicia perfectas, entonces la cuestión no es si queremos un Salvador, sino que si necesitamos uno. En términos más simples, si Dios exige perfección y yo no la poseo, entonces, estoy irremediablemente sin esperanza. Si la única salida del castigo es un Salvador, y si deseo escapar de ese castigo, entonces necesito a Aquel que pueda reconciliarme con Dios. Algunos acusarán que el cristianismo se presenta como una vía para evitar el infierno; esa es una razón, entre otras, para presentar a Cristo. Sin embargo, el énfasis no debe reducirse a huir del castigo, sino a la imposibilidad de auto justificación y la necesidad de la obra de Cristo para la salvación y regeneración. Como dijo Juan Calvino: la verdadera esperanza no está en la capacidad de producir frutos por nuestra propia fuerza, sino en la gracia que une nuestra vida a Cristo y nos sostiene en la obediencia. De modo que la salvación depende de la obra de Cristo y de la gracia que nos es concedida por causa de Él, y si esto es así entonces la proclamación del evangelio no es meramente una oferta de felicidad, sino la revelación de la gracia soberana de Dios que justifica y santifica.
Piensa esto: si existe un Dios tan santo y justo, y no alcanzamos la perfección, entonces seremos declarados culpables. Y si la única vía para escapar de ese juicio es un Salvador, entonces nuestra necesidad de Cristo es absoluta. Esto no es una mera amenaza, sino una invitación a abrazar la gracia que Dios ha provisto y nos ofrece en Su Hijo. Cuando somos conscientes de la justicia de Dios y de nuestra total dependencia de la gracia, la proclamación del evangelio se centra en la dignidad de Cristo como Señor y Salvador, y en la necesidad de ser reconciliados con Dios: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).
Oración: Señor, te damos gracias por la gracia que nos une a Cristo, la vid verdadera, y por Tu santo llamamiento a vivir en obediencia. Ayúdanos a entender que nuestra esperanza no reside en nuestra fuerza o capacidad, sino en Tu gracia soberana que hace posible que llevemos fruto que traiga gloria a Tu nombre. Libera nuestros corazones de la tentación de ofrecer el evangelio como un simple bienestar temporal y enséñanos a proclamar Tu Cristo como la única esperanza de vida y salvación. Fortalece nuestra fe para permanecer en la vid, para obedecer Tu Palabra y para glorificar Tu nombre en cada aspecto de nuestra existencia, sabiendo que, separados de Ti, nada podemos hacer, pero en Ti llevamos fruto que permanece. Amén
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Amén