“¡Oh, dad gracias al Señor, porque Él es bueno; ¡Porque Su misericordia es para siempre!” 1 Crónicas 16:34
En este canto de alabanza, se nos invita a mirar más allá de los beneficios visibles y a reconocer a Dios como el bien supremo que sostiene y define toda bendición.
No es raro que muchos cristianos repitan la afirmación de que Dios es bueno cuando las circunstancias les favorecen, pero con frecuencia pasamos por alto que Dios mismo es nuestro mayor bien. Aun cuando reconocemos esa verdad en abstracto, a veces no le damos su lugar en el centro de nuestra vida; y ese desvío moldea de manera profunda la forma en que vivimos, porque lo que buscamos y valoramos como “bueno” revela la prioridad de nuestro corazón. Dios es el bien supremo del que se derivan todos los demás, es decir: Dios es la fuente y el sostén de todo bien. Nada en la creación puede producir el verdadero bien si ese bien no procede de Él. Antes de la caída, el ser humano tenía la capacidad de reconocer la bondad de Dios y de agradecerle y honrarlo; pero tras la entrada del pecado, esa capacidad fue afectada y aunque el ser humano aún percibe la bondad de Dios en la creación y puede disfrutar de Sus dones, es imposible para él honrar a Dios como corresponde (Romanos 1:21). El pecado, de modo natural, nos ciega de tal manera que ver a Dios como nuestro mayor bien resulta algo que no podemos hacer por nosotros mismos, pero reconocer a Dios como el mayor bien es esencial para vivir con una alegría que no depende de circunstancias pasajeras.
La sed de gloria, placer, riquezas, relaciones y estatus suele dejar un vacío porque buscar satisfacción en cosas creadas deja en evidencia la incapacidad de lo creado para reemplazar al creador y llenar el corazón humano. Si te sientes vacío, desesperanzado o insatisfecho, es indicio de que tu corazón fue diseñado para algo más grande: Dios te creó para Sí mismo, y no hallarás descanso verdadero fuera de la comunión con Él. Los ídolos del mundo serán expuestos como lo que son, y cuando llegue el día, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es Señor… Señor de todo y el Bien que supera cualquier otro bien. A aquellos que han puesto toda su esperanza y tesoro en Él se les otorgará la verdadera riqueza, que no perece.
Esta perspectiva delimita la acción de compartir la fe: no como una promesa de satisfacción pasajera, sino como la proclamación de Aquel que satisface toda necesidad y que gobierna la historia para Su gloria.
Oración: amado Dios, te damos gracias por ser el Bien supremo al que apuntan todas Tus misericordias. Gracias por la cruz, donde Jesús absorbió ira que debía ser derramada sobre nosotros y venció la muerte para que en Su muerte nosotros tuviésemos vida. Ayúdanos a no buscar descanso en tesoros temporales, sino a hallar nuestra plenitud en Ti y en la persona de tu Hijo y en la obra que nos justifica y transforma. Que nuestras vidas den fruto para Tu gloria y que, al reconocerte como el mayor bien, sirvamos a Tu reino con alegría y fidelidad. Amén
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Amén
Amén, Gloria al padre , Gloria al hijo y Gloria al Espíritu Santo de Dios, nuestro Bien supremo.