“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de Él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” Isaías 53:3
La concepción del éxito que ofrece el mundo suele distorsionar la realidad. Si existiera un premio para quien menos parece encajar con la idea habitual de triunfo, Jesús indudablemente sería el candidato principal. Su madre, una mujer sin renombre se halló embarazada de Él sin haber pasado por una ceremonia matrimonial (Lucas 1-2) a causa de esto fue llamado como un hijo de fornicación (Juan 8:41), el hombre que le crio como padre era meramente un carpintero de Nazaret un pueblo que, para la gran mayoría, no tenía nada destacable que ofrecer (Juan 1:46), siendo ya un hombre ni siquiera tenía un lugar propio donde descansar la cabeza (Mateo 8:20) y después de haber vivido una vida que ninguno desearía, terminó su vida crucificado, una forma de ejecución que la sociedad de Su tiempo consideraba vergonzosa (Juan 19).
Pero el verdadero éxito de Jesús no podemos medirlo con criterios mundanos, porque Él no pertenece a este mundo. Su vida y Su Reino no se rigen por las normas de la humanidad, y aun así Su obra tiene sentido para toda la creación. Si Adán y Eva al querer ser igual a Dios introdujeron el pecado y la corrupción a la creación de Dios y con ello sujetaron a su descendencia a un cuerpo de muerte que poco a poco les arrastra a la destrucción, Jesús siendo en forma de Dios no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo, esto es importante… Cristo no fue humillado, Él se humilló voluntariamente, fue Su decisión y con ello partió en dos la historia de la humanidad, al humillarse bajo la poderosa mano de Dios Él hizo posible lo que para nosotros era imposible. En lugar de escoger la exaltación, Él se entregó a la obediencia, llegando a la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:6-8). Contrario a la lógica del mundo, la cruz se presenta como la verdadera clave del éxito ante el Padre: el Todopoderoso lo exaltó hasta lo sumo y le dio un nombre por encima de todo nombre (Filipenses 2:9).
Para quienes miran a la cruz con verdadera fe, el verdadero triunfo no está en la aprobación de los hombres sino en la gloria de Dios. Pablo lo resume para nosotros de esta manera: la cruz es necedad para muchos y tropiezo para otros, pero para los llamados es la definición del verdadero logro (1 Corintios 1:18, 22-24). En esa lógica, el mayor éxito es vivir en consonancia con Cristo, de modo que nuestra vida, nuestras decisiones y nuestras obras sirvan para magnificar la gloria de Dios y para la salvación de los perdidos.
Oración: Señor, te damos gracias por mostrarnos que Tu gloria es el criterio último de todo logro. Ayúdanos a medir nuestros esfuerzos no por el brillo humano sino por la fidelidad a Tu voluntad revelada, para que todo lo que hagamos trascienda hacia Tu gloria. Implanta en nuestros corazones una obediencia que surja del amor a Cristo y que se refleje en acciones que contribuyan a que Tu reino sea edificado. Fortalece nuestra fe para sostenernos en la cruz como la plenitud de Tu gracia y para vivir de modo que, incluso cuando el mundo nos vea como fracasos, podamos decir que la gloria de Tu nombre es nuestro verdadero triunfo. Amén
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