“No temáis manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” Lucas 12:32
La seguridad del creyente no depende de su fuerza, habilidad o riquezas, sino de que Dios está presente y gobierna todas las cosas. Esa es la razón por la que Jesús tranquiliza a Sus discípulos: aunque seamos ovejas rodeadas de peligros (Lucas 10:3) y aunque seamos pequeños frente a las amenazas, hay un Padre que sostiene, que ama dar bendición y que dirige la historia para el bien de Sus hijos.
La advertencia que acompaña estas palabras es seria: la tentación del pueblo de Dios siempre ha sido parecerse a las demás naciones, enfocadas en lo material y en la acumulación de cosas. La pregunta que desde un principio ha sondeado nuestra mente es ¿realmente Dios puede ser mi todo? ¿realmente tenerle a Él satisface mi alma aun si me falta todo lo demás? Jesús lo sabe, y considerando el miedo que produce aferrarnos a la promesa de la soberanía divina y renunciar a vivir para asegurar nuestra comodidad, Él dice: “No temáis, manada pequeña” al decirlo no nos está invitando a no tener miedo, no, sino de poner nuestra confianza en la providencia de Dios: Él hace que para los que le aman TODAS las cosas les ayuden a bien. El pasaje no oculta la tentación de aferrarnos a lo que nos pertenece; por eso añade: “No temáis, manada pequeña… Vendan sus posesiones y den a los pobres”.
Buscar el reino de Dios implica una reorientación radical: hay acciones que dejamos y hay acciones que comenzamos. Dejamos de poner nuestra confianza en las cosas visibles y empezamos a usar nuestros recursos para la expansión del reino, poniendo todo lo que tenemos al servicio de la obra de Dios. La lógica es simple pero radical: no persigas la abundancia como las naciones; busca el reino de Dios y Su justicia. ¿Cómo se realiza esto? Vendiendo aquello que no es esencial y trasladando esos recursos a la misión del Evangelio, del mismo modo que lo hizo la primera Iglesia (Hechos 4:32). Si eliges buscar seguridad en lo temporal, perderías el reino; pero si colocas lo temporal al servicio de la obra de Dios y las necesidades de otros, tu tesoro será el reino.
Y a pesar de todo si llegamos a tener el reino no es porque hemos hecho esto, sino porque a nuestro Padre le ha placido dárnoslo, esta posesión no es por meritocracia, es decir, no ganamos el reino por obras, sino que lo recibimos por la fe que se activa en la obediencia que expresa una vida puesta en Cristo. Lo recibimos cuando lo deseamos más que a las riquezas temporales, cuando tememos más perder a Cristo que perder lo terrenal, cuando en verdad confiamos más en el Rey que en el dinero. Porque la verdadera medida de la sabiduría es saber que el reino no se compra, sino que se recibe y se vive en la generosidad que refleja el corazón de Dios el cual no escatimó ni aún a Su Unigénito Hijo, sino que lo entregó para darnos a nosotros lo que necesitábamos: salvación y vida eterna.
Oración: Padre Celestial, gracias por complacerte en darnos el reino. Ayúdanos a valorar el reino por encima de las posesiones temporales y a emplear nuestros recursos para la expansión del evangelio y la edificación de Tu Iglesia. Que nuestra confianza no dependa de lo que poseemos, sino de Tu soberanía y de Tu gracia en Cristo. Danos un corazón generoso que comparta con los necesitados y una mente que busque primero Tu reino y Tu justicia. Que, en medio de la incertidumbre del mundo, nuestra vida pregone Tu fidelidad y la esperanza de la gloria venidera. Fortalécenos para vivir con integridad, obediencia y gozo, sabiendo que Tú estás con nosotros en cada paso y que el reino que nos das es un don que nos llama a avanzar en fe. Amén
Añadir comentario
Comentarios
Amén.
Amén