“…a quien amáis sin haberle visto, en quien, creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” 1 Pedro 1:8-9
Delante de Dios, la alegría cristiana no es simplemente una emoción intensa, sino que posee un carácter moral definido. ¿Qué diferencia una alegría digna de alabanza de una que no lo es, una alegría limpia de una impura? La respuesta es que el objeto que provoca nuestra alegría imparte esa cualidad a la alegría misma. Si tu gozo se alimenta de lo inmundo o lascivo, tu corazón estará contaminado y tu gozo lo estará también. Si encuentras deleite en la crueldad, la arrogancia o la venganza, tu ánimo y tu gozo reflejarán ese mismo tono. Y cuanto más depende tu alegría de cosas temporales, más se marchita tu alma. Así, el cristiano aprende que el verdadero gozo no nace de lo externo, sino de la hermosura de Cristo y de la confiabilidad de Su obra redentora. Cristo posee toda la gloria del universo, y nuestro gozo en Él se hace cada vez más glorioso a medida que nuestra fe se fortalece en Su dignidad y fidelidad.
Pero surge la pregunta: ¿cómo llega uno a desear la hermosura de Cristo y a confiar en Su fiabilidad cuando no podemos contemplarle con nuestros ojos físicos? ¿Cómo amar y creer en Aquel a quien no vemos físicamente? Bueno, aunque no lo vemos cara a cara, hay una visión más crucial: la visión que Dios produce en el corazón por medio de Su Palabra. En la proclamación del evangelio, Cristo se revela de una manera más profunda que la mera observación de su vida terrenal. Como dice la Escritura, “viendo, no vieron”; sin embargo, hay un ver que trasciende toda experiencia visible y se realiza en el interior por gracia. Así, la Palabra expone a Cristo con claridad suficiente para que lo amemos, confiemos en Él y nos regocijemos con un gozo inefable y glorioso. Este es el verdadero cristianismo, la señal de quienes han sido transformados por la gracia y están dispuestos a vivir para la gloria de Cristo, aun cuando el mundo camina en sentido contrario.
Que la gracia de Dios despierte a quienes hoy aún caminan hacia la destrucción para que abran los ojos del corazón y perciban la riqueza de Su gracia, para que honren la gloria que Dios concede por Su gracia y no mediante obras para merecer Su favor, sino en el fervor del amor, la fe y el gozo que nacen de Cristo. Ese es el verdadero cristianismo: una vida que atestigua la esperanza que hay en la gracia.
Oración: Padre eterno, te damos gracias por abrir los ojos de nuestro corazón para contemplar a Cristo a través de la verdad de Tu Palabra. Ayúdanos a valorar a Aquel a quien no vemos con los ojos de la carne, a amarle y a confiar plenamente en Su fidelidad, y a vivir con una alegría que brota de la gracia y de la gloria de Cristo manifestada a nuestras vidas. Que nuestra vida refleje esa fe robusta, que nuestra esperanza se apoye en Tu promesa y que, en medio de toda prueba y tentación, permanezcamos firmes en Tu amor para la gloria de Tu nombre. Amén
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