De Cristo y para Cristo

Publicado el 22 de noviembre de 2025, 5:18

“Y viniendo a Él como a una piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios, también vosotros, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” 1 Pedro 2:4-5

Lo que constituye al pueblo de Dios como un pueblo distinto a todos los demás no es una mera creencia doctrinal, sino Cristo; sin Él no hay vida, no habría en nosotros nada que agrade a Dios. Este fundamento debe despertar en nosotros un amor total por Jesús: Él es el único camino al Padre, la fuente de vida eterna. Es, en verdad, el tesoro incomparable; nada en toda la creación iguala Su valor. La supremacía de Cristo para nuestras almas consiste en que, mediante Él, conocemos a Dios, nos acercamos a Él, experimentamos Su presencia y ofrecemos sacrificios que Él acepta. Sin Cristo, todo queda hundido en distancia, oscuridad e ira divina.

Pero, ¿qué son exactamente estos sacrificios espirituales que ofrecemos a Dios a través de Jesucristo? todo lo que hacemos con nuestro cuerpo debe ser un acto de adoración a Dios. Ya sea comer o beber, trabajar con nuestras manos, conducir, cocinar, leer, practicar un deporte o cualquier actividad, todo debe hacerse para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31). Así, los sacrificios espirituales, aceptables por medio de Cristo, son las obras, las palabras y las intenciones que brotan de una vida impregnada por la presencia del Espíritu de Cristo; nacen de un corazón entregado a Su poder, a Su Palabra y a Su gloria. No se trata de perfección humana, sino de comunión con Cristo que da vida y capacidad para ser adoradores que adoran en espíritu y en verdad. Y esa adoración nace, se sostiene y se dirige por la gracia de Dios en Jesucristo, para la gloria de Cristo. Porque la gracia eficaz no es una mera promesa general, sino una convicción soberana de Dios, por la cual el Espíritu produce fe y obra en el corazón de los elegidos, para que deseen y hagan lo bueno para la gloria de Dios. Este es el contexto de los sacrificios espirituales: no nacen de nuestra fuerza, sino de la vida de Cristo que mora en nosotros por el Espíritu.

Pero, ¿qué ocurriría si la gracia de Dios no fuera eficaz en la vida del creyente? La soberanía de Dios en la salvación implica que la gracia, cuando actúa, no es una fuerza pasiva que meramente invita, sino una gracia que transforma. Así, la gracia eficaz no solo imparte perdón, sino que produce santificación real: moldea deseos, cambia voluntades, fortalece la obediencia y da un nuevo vivir a través de la justicia de Cristo habitando en el creyente. De este modo, los sacrificios espirituales no dependen de nuestra potencia natural, sino de la vida de Cristo que obra en nosotros por el Espíritu. Por ello, nuestra adoración, aunque imperfecta, es aceptada cuando nace de la comunión con Cristo y de la obra del Espíritu, que nos capacita para vivir para la gloria de Dios. En todo ello, la gloria de Cristo brilla: Él es la piedra angular, Él sostiene la casa y dirige al pueblo hacia la santidad.

Oración final: Amado Padre celestial, gracias por Tu gracia eficaz que obra en mí por medio de Tu Espíritu. Fortalece mi fe, transforma mis deseos y haz de mi vida una ofrenda agradable a Ti, para Tu gloria. Que, en cada acción, palabra y pensamiento, pueda vivir en la verdad de que Jesucristo es la única senda a Ti, y que Tu soberanía sostiene mi vida desde el principio hasta el fin. Amén

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Comentarios

Shirley García
hace 16 días

Amén