Regreso a la fuente

Publicado el 1 de diciembre de 2025, 4:30

“Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto” Génesis 3: 7-8

La caída mostró de manera contundente hasta qué punto la humanidad puede hundirse en la vergüenza cuando se aparta de la fuente de toda justicia. Después de aquel primer desvío, los descendientes de Adán profundizaron en una vergüenza cada vez más tenaz. En Romanos 1:22-25, Pablo denuncia que la humanidad “cambió la gloria de Dios por imágenes” e “intercambió la verdad de Dios por una mentira, y adoró y sirvió a la criatura en lugar del Creador”. De este modo, la razón humana se encaminó hacia la idolatría, hacia dioses fabricados por la mente humana y algunos incluso moldeados por sus propias manos, un pecado que no sólo deshonra a Dios, sino que desfigura la propia conducta humana. Esa es, como señala el pasaje, la mayor de las vergüenzas: adorar y servir a lo creado en lugar del Creador. De ahí brotan todas las demás miserias morales. Romanos 1 enseña que Dios entregó a la humanidad a una mente depravada (v. 28), y parte de esa depravación es hallar deleite en aquello que Él llama vergonzoso. Un corazón endurecido por la idolatría no busca ocultar el pecado; lo exhibe, como en Sodoma, sin vergüenza ni arrepentimiento. Pecar en secreto puede parecer una especie de seguridad, pero el verdadero mal se revela cuando ya no hay esfuerzo por ocultarlo: la declaración abierta de aquello que antes era secreto delata una profundidad mayor de maldad. Y cuando la vergüenza se vuelve patrimonio de muchos, el efecto no es sólo interno sino relacional: la mano que debería sostenerse en la comunión se vuelve brutalmente autodestructiva, y el hombre se atreve a extirpar la propia dignidad para vivir conforme a un estándar humano que niega al Creador.

El mundo, desde entonces, ha gozado de veraz admiración por los pecadores temerarios que desafían la Palabra de Dios y esperan impunemente su castigo. La cultura celebra a aquellos que van contra la voluntad de Dios: quien mata sin escrúpulos, quien roba con desenfreno, quien presume de justicia propia, quien canta letras lustrosamente obscenas, quien profana lo sagrado, quien se adorna de logros humanos como si la gloria perteneciera a la criatura. El fenómeno contemporáneo de libertad sin límite a menudo se presenta como progreso, cuando en realidad es una exaltación de lo que Dios llama vergonzoso. La santidad de Dios y nuestra vergüenza son verdades hondamente necesarias para comprender nuestra condición. Al igual que Adán y Eva, cuando pecamos, nuestros ojos se abren a una vergüenza que nos impulsa a escondernos: primero de los demás, luego, y peor aún, de Dios. Sus esfuerzos por cubrirse con hojas de higuera y esconderse entre los árboles son un retrato de la autojustificación humana: intentar salvarnos sin Dios. En la medida en que la vergüenza es manejada por la gracia de Dios, puede transformarse de una condena al alma en un camino hacia la redención.

La vergüenza, cuando se piensa fuera de la gracia, tiende a robar la dignidad de haber sido creados a la imagen de Dios y a agravar la depravación. Sin embargo, hay un camino de restauración. En la persona de Cristo se ofrece la restauración de la justicia que perdimos, la ropa de justicia que puede cubrir nuestra desnudez y reconcilia nuestra imagen con su pureza. La gracia transforma la culpa en humildad, la vergüenza en arrepentimiento y la condena en seguridad ante la presencia de un Dios que no nos abandona. Por ello, nuestra esperanza no depende de nuestras obras ni de nuestros esfuerzos para ocultarnos, sino de la fidelidad de Aquel que nos llama, nos justifica y nos santifica conforme a la imagen de Su Hijo.

Oración: Señor Dios, te damos gracias por Tu gracia que no nos deja en nuestra vergüenza ni en nuestra culpa. Reconocemos que solo en Cristo hallamos la vestidura de justicia que nos cubre y la restauración de Tu imagen en nosotros. Ayúdanos a huir de las cisternas que no retienen agua y a buscar siempre la fuente de agua viva que eres Tú. Que el Espíritu Santo transforme nuestra vergüenza en arrepentimiento y nuestra condenación en seguridad ante Tu presencia, para vivir para Tu gloria, confiando plenamente en la promesa de redención en Tu Hijo. Amén.

Valoración: 4.4444444444444 estrellas
9 votos

Añadir comentario

Comentarios

Shirley García
hace 6 días

Amén

Yamileth
hace 6 días

Ten misericordia mi Señor y Ayudanos. Amén