La gracia que cubre

Publicado el 2 de diciembre de 2025, 3:16

“Siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombresFilipenses 2:6-7

La encarnación de Cristo introduce una dinámica de redención que señala la vergüenza humana desde su raíz. No es simplemente un episodio de sufrimiento, sino la consumación de un plan trazado desde antes de la fundación del mundo para que la humillación sea el cauce por el cual la justicia llega a los caídos. En la escena de la vida de Jesús, la escasez de valor humano ante lo sagrado se hace evidente: Su concepción, Su familia y las autoridades que lo miraron con recelo y desdén; la cruz revela que la vergüenza no es un accidente, sino un instrumento de resolución para nuestra culpa. Pero esa vergüenza, por grande que parezca, no alcanza para obstaculizar el alcance de la gracia. La sangre derramada en la cruz es la respuesta plena a nuestra deshonra. En la cruz, Cristo asume la ignominia que merecemos, y esa acción no es un acto aislado sino una inserción definitiva en la historia de la salvación. Su despojo de vestiduras, Su exposición desnuda ante la mirada pública, la agonía mortal ante el ojo humano y la imposición de la inmundicia sobre Él son imágenes que revelan la gravedad de nuestro estado y la magnitud de la gracia. Nadie que mire a la cruz puede afirmar que la vergüenza fue un mal menor; fue el precio por la redención de muchos. Él soportó la vergüenza no por Sí mismo, sino por la reconciliación de una multitud caída. ¿Qué motiva semejante entrega? El gozo puesto delante de Él (Hebreos 12:2), la gloria que afirma el plan del Padre y la redención de Su propiedad; por eso, menospreciando la vergüenza, se dirige hacia el cumplimiento de la promesa (Lucas 9:51).

Entonces, la vergüenza, cuando no se enmarca en la gracia, tiende a eclipsar la dignidad universal de haber sido creados a imagen de Dios y a profundizar la depravación. Pero la historia no se cierra allí. La esperanza no se apaga cuando contemplamos la Cruz; al contrario, se revela como la única ruta real hacia la reconciliación. Unidos a Cristo por la fe y vivificados por el Espíritu, nuestra identidad cambia: ya no vivimos para ocultar o justificar nuestra vergüenza, sino para responder a la gracia que nos justifica y santifica. En Él encontramos la justificación que disipa el miedo, la paz que desarma la hostilidad y la vida que transforma la vergüenza en testimonio de la gracia.

La vida de todo el que ha creído y obedecido al Evangelio, entonces, se desarrolla bajo la mirada de Aquel que no abandona a Sus hijos. En la medida en que caminamos por fe, la vergüenza ya no dicta nuestros pasos; la verdad de la cruz redefine nuestras categorías: ya no somos fugitivos ante la presencia de Dios, sino hijos restaurados que viven en la confianza de Su pacto. La obra del Espíritu Santo, que nos une a Cristo, es la garantía de que la transformación no es eventual, sino sostenida. Así, la vergüenza puede persistir como una experiencia humana, pero su poder para condenar se ve quebrantado por la gloria de la redención que Jesús adquirió para nosotros.

Oración: Señor Dios, te alabamos por la plenitud de Tu gracia revelada en la cruz de Cristo. Que la mirada de la vergüenza sea reorientada por la luz de la cruz, para que nuestra identidad ya no dependa de nuestra capacidad de ocultar lo que somos sino de Tu victoria en nosotros. Fortalécenos por Tu Espíritu para vivir en la verdad de que somos justificados y santificados en Cristo, y que cuando se presente la vergüenza, sea llevada a la cruz para encontrar allí su derrota. Que, en nuestra peregrinación, aprendamos a valorar la gloria de Tu nombre por encima de cualquier jactancia humana y que nuestra vida testifique de la fidelidad de Aquel que nos llamó y nos sostiene. Amén

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Comentarios

Shirley García
hace 5 días

Amén. 🙏🙏🙏

Yamileth
hace 5 días

Amén