“Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a Él Sus discípulos. Y abriendo Su boca les enseñaba” Mateo 5:1
Las Bienaventuranzas revelan un patrón de vida que no se impone desde fuera como una lista de metas humanas, sino que surge de la redención operante en el interior. Quienes caminan conforme a esa gracia son descritos por rasgos que no fueron escogidos para impresionar a otros, sino para expresar una realidad transformada: una dependencia total de Dios, un anhelo por justicia que no encuentra su fuente en la propia fuerza, una pureza de motivaciones que va más allá de la acción externa, una fuerte convicción que produce duelo ante el pecado y una humildad que no presume de derechos, sino que reconoce la necesidad continua de la gracia.
La vida de fe, entonces, no se reduce a adherirse a reglas ni a preservar una fachada de rectitud; se revela como una renovación del querer y del hacer, una orientación que apunta a una justicia que supera cualquier esfuerzo humano. Esta justificación que viene por la gracia se manifiesta en una obediencia que nace en el corazón y que se refleja en la conducta, incluso en pensamientos y actitudes que antes eran fuente de culpa. Así, la advertencia de que la justicia de Cristo sobrepasa la de los escribas y fariseos no es sólo una crítica histórica, sino un llamado a una experiencia de fe que transforma el interior y, por consiguiente, la vida entera. Porque la fe que salva no es un acto aislado de confesión o una oración repetida; es una vida que responde a la verdad revelada con obediencia sostenida. Quien cree de verdad permanece en la trayectoria de la obediencia, y ese caminar se muestra en la manera como se trata a otros, se habla y se piensa. En contraste, quien afirma creer sin una demostración de fe práctica se queda en la superficie de la experiencia cristiana, y esa brecha entre profesión y vida pone en tela de juicio la autenticidad de la fe. Vemos así que la fe que salva es inseparable de la obediencia que se revela en frutos verdaderos, como una consecuencia de la gracia soberana que llama y justifica.
El pueblo de Dios está llamado a distinguir entre una religión que se limita a ideas y una fe que transforma conductas. La gracia no fomenta la autosuficiencia; por el contrario, nos aparta de ella y nos orienta a vivir conforme a la verdad revelada. Somos redimidos por gracia y, por ese plan soberano, apartados para vivir de modo que la obra salvadora de Dios se manifieste en nosotros. Esa es la naturaleza de la fe que salva: una fe que produce vida, testimonio y fidelidad constante ante un Dios que justifica y transforma.
Oración: Padre celestial, te damos gracias por Tu palabra y por la obra de Tu Espíritu que da vida a la fe. Ayúdanos a entender que las Bienaventuranzas no son meras aspiraciones humanas, sino indicios de una vida regenerada por tu gracia. Que la humildad, el deseo de justicia, la pureza de corazón y la perseverancia bajo la prueba se hagan evidentes en nosotros, para que nuestra vida testifique de la obra salvadora que solo Tú puedes hacer. Fortalece nuestra obediencia desde el interior, para que el mundo vea que Jesús es el Señor y que Su gloria es nuestra mayor ganancia. Amén
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Amén. 🙏🙏